por el Dr. Antonio Pires1

Cánepa vino a la vida desde abajo, desde el llano, sin otro poder que su humildad, su capacidad y su trabajo, y llegó a escalar las grandes cumbres. Su marcha fue dura y las plantas sangraron al final del camino.

Ex alumno fundador del entonces Instituto Superior de Agronomía y Veterinaria de la Nación cumplió su actuación más destacada en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Graduado, laureado con diploma de honor, ascendió, sin apremio y sin apuros, sin desplazar a otros, desde ayudante de la cátedra de Patología General y Semiología –en 1900– a Decano de la Facultad en 1940; desde humilde colaborador de otro a regir los destinos de la Casa. Treinta y un años entre la limitada responsabilidad de ayudante a la aparente prerrogativa de Decano.

Jefe de Trabajos Prácticos de Patología en el 19, de Semiología en el 20 y de Clínicas en el 21; Profesor Suplente de Semiología y Patología Médica en el 24, después de cumplir totalmente las obligaciones inherentes a la adscripción a la cátedra iniciada el año 1920; Profesor Titular de Clínicas de Animales Pequeños en 1925, Director del Hospital en 1932 y del Instituto en 1937; Consejero Académico de la Facultad, dos veces Vicedecano, dos veces miembro del Honorable Consejo Superior de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Decano de la Facultad de Agronomía y Veterinaria, y Miembro Vitalicio del Instituto Libre de Segunda Enseñanza. En estos cargos directivos fue hombre de consulta. Más de una vez puso paz en las discordias y olvido en las pasiones.

De una actividad pasmosa, ordenado y capaz de dormir poco y de aprovechar las horas pudo ser, al mismo tiempo, eficiente y laborioso inspector técnico y dinámico subjefe de sección en la Municipalidad de Buenos Aires, como así también destacado profesional especializado en Clínica de Animales Pequeños que bregó incesantemente «en la medida de sus fuerzas –como dijera el mismo Cánepa– para que el clínico veterinario alcanzara el prestigio y la consideración de que, a justo título, goza siempre el veterinario higienista y el veterinario bacteriólogo». Bueno por inclinación y generoso sin violencias, contribuyó silenciosamente en el desarrollo de diversas obras sociales y de beneficencia. Ayudó al hermano ocultando la mano de gesto generoso.

Conocí al Dr. Cánepa allá por el 22, en aquellas viejas aulas más frías que el invierno mismo. Había elegido una manera difícil de ganarse la vida: la de enseñar. Nació con esta vocación, lo seducía el rumor inquieto del aula, lo impulsaba una acción solidaria y un espíritu sencillamente afectivo. Así, bachiller egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires, buscó el acrecentamiento de sus condiciones innatas graduándose Profesor de enseñanza secundaria en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario. No lo detuvo el ser ya docente en la Facultad. En su afán de superación buscó el perfeccionamiento de sí mismo para dar más a los demás y darlo mejor.

Sus lecciones eran sencillas, siempre estuvieron a la par que cultivadas por el estudio vitalizadas por originales reflexiones. Compensaba la aparente modestia de su saber –que era mucho– con el afán de transmitirlo todo, con la riqueza de sus sentimientos afectuosos, con la inquietud fecunda de su temperamento y la firme voluntad para el cumplimiento pleno de sus deberes. Entendía que era preciso ajustarse a una ley de disciplina pues sólo por la acción ordenada y constante, decía, se consiguen resultados duraderos. El trabajar, para Cánepa, era el gozar, y el hacer trabajar una tiránica inclinación. Repetía, con frecuencia, «el trabajo es una bendición». Celoso del cumplimiento de su deber, lo cumplía a la manera antigua: cumpliéndolo el mismo primero y haciéndolo cumplir a los demás. Daba el ejemplo desplegando durante el día múltiple actividad y rondando de noche, en horas de vigilia afiebrada.

En su afán de trabajar no admitía la holganza a su lado, la desidia, el abandono, la artimaña utilitaria ni la mediocridad impaciente. El almanaque no tenía domingos ni feriados para este hombre que no conoció la fatiga e impuso este mismo almanaque a sus colaboradores. De tanto hacer, de tanto sueño difícil y de tanto andar, cuando avanzaba la noche volvía al hogar a templar su espíritu para continuar la lucha. Allí lo esperaba su «abnegada compañera que compartió –como Cánepa recordaba desde aquí mismo al ocupar este sitial– su vida privándose voluntariamente de muchos de sus halagos»; su hija, que fue «constante y cariñoso estímulo» y sus nietos, sueño acontecido que le trajo dichas y amaneceres cuando ya el tiempo estaba mirándolo a la frente.

Los que egresamos de esta Casa, dijo un graduado en la época en que Cánepa dirigía los destinos de la Facultad, con la visión de luminosas esperanzas, sabemos que nos veis partir con pena porque conocemos vuestro gran corazón de maestro y porque vuestro afecto paternal nos acarició muchas veces al brindarnos vuestro saber. El aula del Instituto de Clínicas de Pequeños, agregó el graduado, no tenía para nosotros la rigidez de las cátedras inaccesibles. Era un rincón amable que nos permitía la dicha inefable de rodear al maestro que hablaba en tono paternal, que tenía confidencias de amigos, porque era un noble amigo brindando cuanto le era posible brindar, con olvido de sí mismo». Era, entonces, el 25 de septiembre de 1940. Cánepa ya había dado a la Facultad esos 31 años de su vida fecunda; vida movida, batalladora, llena de incidencias de creaciones provechosas, y también de amarguras.

Sostenía, Cánepa, que era mejor vivir peligrosamente en una exaltación de lucha por un ideal que esterilizarse indiferente o inutilizarse en la ociosa pasividad como camalotes que siguen la corriente, que van a la deriva, faltos de rumbo y de voluntad. Fruto de esa lucha, de ese gastar el sueño y sumar las horas, de esa inteligencia con devoción, con pasión y con acción, de ese espíritu idealista y tesonero, de esa energía y entusiasmo capaz de forjar ideales colectivos, de ese natural afán de salir en busca de la convicción de defender, de los principios que difundir, del trabajo que afrontar; de ese juntar –como dijera Ramos recordado por el mismo Cánepa– las energías de la voluntad, el saber de la mente, la generosidad del espíritu; fruto de ese «yo quiero» fue la creación del Instituto de Clínicas, su obra más bella, más pura, más durable que el mismo bronce, que aquellas lajas de mi primera hoja, porque Cánepa dejó su alma adentro, que es soplo, aliento de vida; porque se ofrece generoso, palpitante y sensible a todo progreso humano; porque desde su interior un haz luminoso de ciencia y de bondad, de amor a los animales rasga las tinieblas de la ignorancia, del temor y de la desesperanza.

«El Instituto que hoy inauguramos –dijo el entonces Decano Marotta– surgió en el espíritu de un hombre. Cuando todos dudaban, el tenía fe. La modesta clínica afectiva para la asistencia de los mejores amigos del hombre, agregó, fue idea y sentimiento antes de ser obra y acción. Él nos contagió a todos. Ha probado, con los hechos, que todas las murallas se derrumban cuando se procede con perseverancia y cuando alienta el entusiasmo y la fe».

Este Instituto fue el segundo hogar del doctor Cánepa. Guarda sus pesares más puros. Ahora, vigorizado por los gajos verdes de la encina que le dio vida, sombra y fortaleza dirá, siempre, de aquél hombre que ascendió a los últimos peldaños a dar el grito que adelanta el alba. «Descenderá la lluvia, vendrán los ríos, soplarán los vientos y combatirán aquella Casa; y no caerá porque está fundada sobre la peña» (San Mateo, Cap. 7). Es que Cánepa contagió su entusiasmo a sus hijos espirituales, a sus colaboradores que lo secundaron con inteligencia, lealtad y cariño; impregnó a todos de su idea creadora, les inculcó su afán de superación, su mente moldeada en la disciplina del trabajo. Y estos hijos lo recuerdan hoy con gratitud, con admiración y con respeto. ¿Queréis un mensaje mejor?2.
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1 Semblanza del Dr. Ernesto Cánepa efectuada con motivo de la incorporación del Dr. Antonio Pires como miembro de número de la Academia en 1957. Buenos Aires, Acad. Nac. de Agr. y Vet., 1957. p. 11-14. [abreviado].
2 El Dr.Ernesto Cánepa nació el 16 de septiembre de 1886 y falleció en septiembre de 1944 [Nota del Editor].