por el Ing. Agr. Pedro T. Pagés1

Cuando rememoro aquel hermoso árbol plantado en 1883 en Santa Catalina y que iniciara su vigorosa vegetación productiva en 1888, con las diez primeras ramas fundadoras que debían darle a la Institución y al país, los primeros frutos en la economía rural y contemplo hoy cómo la inexorable ley del destino va cercenándolas una a una, como quien deshoja una flor, los pocos que quedamos debemos sentirnos acongojados cada vez que vemos caer una de ellas y con mucha mayor razón hoy, cuando cae esta gran rama, que tan hermosos frutos ha dado a las ciencias agronómicas argentinas2. Girola ha sido la rama troncal, la más vigorosa por su savia, la que proliferó los más exuberantes frutos y la que alcanzó las mayores alturas, como si buscara siempre acercarse más y más al calor y a la luz solar.

Su característica profesional la demostró desde las aulas primero, y las evidenció más tarde en todas sus actividades, con su temperamento sustancialmente laborioso, con la meticulosidad de sus métodos de estudio y de trabajo y por su espíritu analítico que le permitió ser un disector de los libros y textos que le servían para ilustrarse y por eso llegó a conocer bien a fondo todas las ramas de las ciencias agronómicas.

Desde el aula demostró que no era un estudioso de superficie sino de fondo, lo que lo convirtió en un verdadero diccionario de consulta, dejado bien protocolizado esto, en el frondoso y exuberante archivo de los millares y millares de consultas que contestó durante veinte años a los agricultores del país, de todas las zonas, desde su dirección honoraria del Museo Agrícola de la Sociedad Rural Argentina, fundado durante la presidencia del doctor Emilio Frers en 1910 y organizado bajo su dirección. Esa Institución que honraba al país fue su hija predilecta y he sido depositario confidencial de sus lamentos y congojas cuando contempló su desarticulación.

Ha llegado al final de su jornada, recorrida toda su trayectoria que deja luminosos destellos, porque nació con el fuego sagrado de la profesión a la que le dedicó todas las actividades y todos sus desvelos. Si no llegó a donde sus aptitudes debían haberlo conducido, ha sido únicamente debido a las calidades y virtudes del temperamento que lo caracterizaba y que en la vida son obstáculos para el éxito, porque era inexorable en las exigencias del cumplimiento del deber, intolerable en el rendimiento del trabajo, que exigía en la medida con que personalmente lo realizaba y su ética profesional lo privaba muchas veces de la ductilidad imprescindible y necesaria en la vida de relación profesional. Todo esto daba una característica propia a su personalidad que no le impidió darle al país su continuada e ininterrumpida consagración a las actividades de todas las instituciones nacionales que han ilustrado y han orientado a las industrias agropecuarias a las que sirvió durante cincuenta años en estas actividades.

Ha sido el primer inspector nacional de agricultura diplomado en el país, en 1888; comisario en la Exposición Universal de París de la sección argentina, en 1889; profesor de arboricultura en la Facultad de Agronomía de La Plata, en 1890. Fundador; organizador y director de la Colonia Celina en el Paraná, en 1890 a 1899.

En 1904, en un viaje de estudio a Estados Unidos y Egipto, dio a publicidad un verdadero tratado del cultivo del algodón, la obra más completa en su género. Jefe de la sección chacras experimentales y de la sección concursos y exposiciones del Ministerio de Agricultura, en 1907; profesor en ese año de cultivos industriales en la Facultad de Agronomía de La Plata; comisario general de la Exposición Internacional de Agricultura del Centenario de 1909 a 1910.

Organizador, creador y alma durante 21 años ad honorem del Museo Agrícola de la Sociedad Rural Argentina, donde organizó sesenta y cinco diversos concursos agrícolas, frutas, cereales, oleaginosas, etc.

Comisario general de las exposiciones de la sección argentina en Turín y Roubaix, en 1911, segundo jefe de la División de Agricultura, en 1912 y jefe de la Sección Botánica y de su laboratorio, de 1915 a 1918; profesor de Agricultura especial en la Facultad de Agronomía de La Plata, en 1922.

Académico titular de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, en 1926; vicedecano de la Facultad de Agronomía de Buenos Aires, en 1931.

Representó al país en diversos congresos, concursos y exposiciones y en el Instituto Internacional de Roma.

Su incansable laboriosidad intelectual le ha permitido dejar una bibliografía exuberante en libros, folletos, conferencias, numerosísimos artículos en la prensa diaria y en las revistas, que han contribuido eficazmente a dilucidar problemas y a intensificar conocimientos de nuestros problemas agropecuarios.

Todo esto caracteriza y es el fruto de una labor intensa, ininterrumpida durante cincuenta años. El Ingeniero Girola dejó el ejemplo más correctamente modelado a las juventudes profesionales del futuro de las ciencias agronómicas, de cómo se puede honrar al hombre, a la institución que lo formó y a la profesión que ejerció, y esto hará que en las aulas de las facultades de agronomía y en las instituciones agropecuarias del país perdure vuestro recuerdo con respeto y admiración.
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1 Versión abreviada y adaptada del discurso del Ing. Agr. Pedro T. Pagés al inhumarse los restos del Ing. Agr. Carlos D. Girola. En: Anales de la Acad. Nac. de Agr. y Vet. 1:495-497. 1932-34.
2 El Ing. Agr. Carlos D. Girola falleció el 5 de diciembre de 1934.