por el Dr. Héctor G. Aramburu1

El mejor homenaje a Arena son los miles de argentinos que fueron salvados de la muerte por haber recibido en su momento la vacuna B.C.G., que con aguda visión de futuro él trajo a la Argentina en 1925, siendo así el primer país de América que utilizara y elaborara la vacuna y que hoy están vivos, han creado familias, trabajado y contribuido su parte en la Patria. Este homenaje estaría terminado en su parte dispositiva si estuvieran aquí con nosotros aquellos que de no haber sido protegidos por la vacuna, hubieran sido presa de la peste blanca, un azote de la sociedad industrial. Esos seres tienen hijos y esos hijos a su vez hijos y esa es la obra de Arena.

Es importante decir ya y habla por sí solo de su espíritu, que Arena no sólo trajo el cultivo y la vacuna, sino que enseñó a otros su manejo transmitiendo el conocimiento y difundiendo dentro y fuera de nuestras fronteras los beneficios de la vacunación antituberculosa. Lo hizo trabajando con sus propias manos y escribiendo más de medio centenar de artículos científicos, por lo que debe estimarse que devolvió a la sociedad que lo formó una buena parte de lo invertido: quizás más.

Este homenaje y recordación de Arena no es el primero, y es bueno que así sea, porque el agradecimiento es uno de los sentimientos que el hombre no debe dejar adormecer, lo que ocurre con cierta frecuencia en nuestra sociedad contemporánea, llena de visiones de futuro y de rápidas y máximas expectativas. Por otra parte la sociedad debe recordar a los que le hicieron el bien y Arena, a través de sus trabajos y desvelos, hizo el bien a manos llenas, y especialmente recordarlo porque lo hizo con la diferenciación de la neurona y no con la hipertrofia del músculo, como dijera Cajal.

Mi recuerdo personal de Arena es el de un hombre bien plantado, erguido, severamente vestido, de trato cortés y fino y una mirada penetrante y afilada, probablemente producto de la corrección óptica, pero que también he encontrado en su hijo, por lo que deduzco que era una característica. Lo conocí ya en sus años mayores pero sin declinación alguna, salvo la parquedad en el hablar producto de grave mal tomado a tiempo. Tengo un agradable recuerdo.

Arena fue médico veterinario en 1908, también bacteriólogo y casi médico, lo cual nos muestra que era un hombre de estudio, amplia perspectiva y decidida vocación por las ciencias de la salud; cursos especiales seguidos en Francia redondearon ajustadamente su formación.

Arena demostró independencia y carácter ya en la niñez, cuando montado en su petiso desapareció por largas horas de la casa paterna yendo a la de su padrino, ante un tratamiento que consideró injusto. Esta independencia con seguridad con mezcla de sed de aventura, reapareció a los 19 años al responder a un aviso en que el sabio Spegazzini, explorador de nuestras tierras y descubridor de fauna y flora, solicitaba un ayudante para una de sus expediciones. Spegazzini requirió la autorización paterna, que fue concedida, cosa que seguramente Arena debe haber agradecido muchos años después, y allá partió Arena a Salta. Ese viaje que habrá sido considerado una aventura fue posible por la figura enorme de Spegazzini; no debe desdeñarse el gran valor formativo que debe haber tenido Arena, por cuanto pese a ser un joven, no puede haberle pasado desapercibido, quedando fijado en lo consciente y subconsciente, el método de trabajo de Spegazzini, sistemático, ordenado, paciente y apasionado de la naturaleza, de lo vivo.

Es interesante recordar que Calmette, el descubridor de la B.C.G. junto con Boquet y Guerin, antes de dedicarse de lleno al estudio de la tuberculosis y específicamente al bacilo tuberculoso, fue un médico de a bordo que en sus viajes recorrió los siete mares; había en él también una sed de aventura hasta que encontró su verdadera senda al ir a Lille y observar los estragos de la tuberculosis en los mineros del carbón. También lo es recordar que tanto Calmette como Arena fueron directores, en su momento, de los máximos institutos microbiológicos de sus respectivos países; Calmette en el Pasteur y Arena en el Malbrán.

Con Calmette hizo Arena una amistad ya que vemos que aparte de su mutuo interés científico en la tuberculosis, había algo más que de alguna manera los unía. Tuvo pues Arena dos influencias de primera clase, pero había también madera de donde tallar.

Arena debe haberse impresionado en su tiempo de estudiante por el genio de Koch y por otra parte, ¡que estudiante no se impresiona!; también por los titulares de diarios y noticias que debe haber recibido de sus maestros y colegas, cuando se anunció el descubrimiento de una vacuna contra la enfermedad que muchos sabios, Koch el primero, no habían podido conseguir; el Académico Baudou, hoy con nosotros, nos da una larga lista; pero solo Calmette, Boquet y Guerin, dos médicos y un veterinario trabajando en equipo fueron los elegidos del destino.

Arena fue un gran trabajador de fina técnica que olvidaba fácilmente las horas de la casa, por lo que debe haber causado buenos trastornos a su esposa. Era de directa ascendencia italiana pero de acuerdo a los datos obtenidos y por la naturaleza del apellido, tiene que haber tenido sangre española en sus venas; los reinos ibéricos dejaron también su impronta en la tierra italiana y esto seguramente cuenta dada la conjunción de la influencia de ambas penínsulas mediterráneas, de la naturaleza de su genio rápido y vivo y de sus características de polemista por la cual llegaba fácilmente a la intransigencia por lo que creía justo.

Los rasgos de su persona no debe extrañarnos dado el carácter independiente que de tan joven demostró, los deportes individuales que practicó, como la esgrima y la natación, la pintura que cultivo con acierto ya en sus años maduros y la relativa soledad del laboratorio, sin embargo tan llena de mensajes que surgen del microscopio.

Arena murió en 1971 a los 83 años2, edad en la que el hombre es sabio, luego de casi 25 años de Académico y dejando atrás una vida plena, y si no fuera un pecado diríamos que a través del B.C.G. y como Calmette mismo, dispensó vida.

Arena debe haber sufrido y mucho; algunos de sus sufrimientos son conocidos, como el episodio de haber sido declarado cesante mientras estaba estudiando, aprendiendo, en el Instituto Pasteur, junto a colosos como Roux, Calmette, Guerin y otros; también al vender su propia casa para costear el viaje, y seguramente mucho más porque Arena fue un pionero. Basta imaginar la Argentina científica de los años 20, conocer el
drama de la tuberculosis y tener presente la siempreviva caparazón de la ciencia oficial, campanuda y cautelosa. Haber sido presidencialmente repuesto por obra directa del Instituto Pasteur y haber actuado como Consultor Internacional de B.C.G. pueden haberlo compensado.

Dejó una familia de la cual resta un hijo, distinguido escribano y hay un nieto que también lleva los nombres del abuelo, que en la medicina argentina debe considerarse ilustre porque Arena es merecedor del reconocimiento de la Patria; en su órbita fue un hacedor de ella y contribuyó de manera clara y decisiva a la salud sin la cual todo lo demás no tiene mayor sentido.
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1 Semblanza (abreviada) del Dr. Arena pronunciada el 1° de diciembre de 1976 con motivo de la incorporación del Dr. Aramburu como académico de número de la Academia Nac. de Agronomía y Veterinaria. Anales de la Acad. Nac. de Agr. y Vet. 31(1):11-14. 1976.
2 El Dr. Andrés Ricardo Arena nació el 29 de enero de 1887 y falleció el 15 de enero de 1971. Fue incorporado a la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria en 1944