por el Dr. Alfredo Manzullo1

El Dr. Schang perteneció a una pléyade de hombres que se adelantan a su tiempo, que se imponen iluminando, pero que también fustigan, sin humillaciones y a cara descubierta; por eso conquista gloria y amigos y se transforman en conductores y maestros de los jóvenes estudiosos. Perfectamente compenetrado y respetuoso del espíritu de familia, aceptó a pedido de su padre, no ir al campo a buscar la conquista fácil, sino quedarse, a fin de comenzar el camino del sacrificio y dedicación, que impone las tareas de la investigación.

En todos los trabajos, se vislumbra al hombre que no busca el éxito, sino la verdad; por eso abarcó los más diversos temas de la biología orientada a la Salud Pública, pues conocía su magnitud y sus múltiples aplicaciones en la medicina humana. Al igual que los grandes hombres de ciencia de la historia, Schang, aplicó todos sus conocimientos, su inteligencia y su saber al servicio de la humanidad.

Desde muy temprano se perfiló como un gran estudioso; así en el año 1915, obtuvo la medalla de oro del curso de bachilleres, y en 1921 fue laureado con la medalla de oro, por su tesis del doctorado en Medicina Veterinaria.

Prácticamente al año de recibirse, comienza su fecunda carrera docente en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires, primero, como Jefe de Trabajos Prácticos, después, como Profesor Adscripto y por último, en 1939, como Profesor Titular de Sueros y Vacunas hasta 1962, que es designado Consulto.

Su proficua labor científica, que consta de más de 100 trabajos, demuestra fehacientemente que no era un hombre atado a la rutina; era, la imagen viviente de los verdaderos investigadores de la época pasteuriana, con una dotación intelectual guiada por condiciones intrínsecas e individuales, representada por la curiosidad, la sensibilidad y la memoria, que, unidas a la deducción, imaginación y el raciocinio, constituían el patrimonio propio en intransferible de su condición de investigador.

Era también un hombre valiente, decía su verdad cuando y donde podía, pero siempre era su verdad, porque se asemejaba a los hombres que supieron morir por ella, su valentía lo obligaba a arriesgarse a cada instante y nuca se dejaba arrastrar por esa multitud de temerosos, que no quieren juzgar por si mismos; por eso, era libre e individualista, su altivez inquebrantable, fue la expresión viva de la sentencia de Apolunio, cuando decía: «De siervos es mentir y de libres la verdad decir».

Un discípulo y amigo lo definió así: «El Dr. Schang era un pasteuriano» y efectivamente, su gran habilidad manual, su rápido concepto de las cosas, su obcecada disposición por encontrar la verdad, lo distinguía de esos otros pretendidos investigadores, que buscan solamente incrementar gravimétricamente su currículum, a fin de acrecentar su personalidad. Schang, pertenecía a ese tipo de investigador, que se mantiene en la lucha, como un reflejo perpetuo entre lo que concibe y lo que realiza; era inquieto como todo lo que vive y un idealista innato, por eso aborrecía la coacción y despreciaba a los acomplejados y temerosos; temperamento éste que le causó un sinnúmero de amarguras y angustias.

En su proficua labor científica, pueden diferenciarse cuatro etapas perfectamente definidas, que coinciden con la evolución mental y espiritual del investigador; así comienza su vida, dedicándose a la biología aplicada, con su primer trabajo sobre «Gastroenteritis verminosa de los lanares», donde descubre el ciclo vital de los parásitos que se realiza en la tierra, su resistencia a los agentes físicos y químicos, la reproducción experimental de la enfermedad y su tratamiento, posteriormente, se dedicó a estudiar el ciclo sexual del Hyostrongilus rubidus, como agente de la gastroenteritis verminosa del cerdo, y más tarde, presenta una serie de trabajos, sobre la acción hipotermizante y anticoagulante del romerillo.

En su segunda etapa, sus estudios fueron dirigidos a un fin determinado, cual era la solución de algunos problemas de sanidad animal; así se suceden una serie de investigaciones sobre variados aspectos del virus aftoso y la obtención de vacunas profilácticas y sueros terapéuticos de alto título. En esta etapa, había orientado sus investigaciones a la búsqueda de métodos y técnicas profilácticas y curativas en las enfermedades del ganado, a fin de procurar una mayor y mejor producción de proteínas de origen animal, base principal de la alimentación del hombre.

Su trabajo, creado con el hábito del esfuerzo, fue su mejor escuela en la búsqueda de la verdad, y es así, que en su tercera etapa, lo encontramos de nuevo luchando, divagando, volviéndose sobre sí mismo, para otra vez retomar la lucha por otra verdad, que es la de proteger al hombre, contra ciertas enfermedades transmisibles. Sus trabajos sobre Allium sativum, en el tratamiento de la tuberculosis del hombre y de los animales, es en cierta manera el comienzo de esta nueva etapa, que culmina con la obtención del suero antirrábico, para le tratamiento y profilaxis de esta enfermedad. Y, nuevamente comienzan para él las angustias, los suspensos, las alegrías y los éxitos, tan magníficamente relatados en su conferencia que sobre «Emociones del investigador» diera en la Academia Nacional de Medicina, el 28 de septiembre de 1968, donde narra, su espera, sus angustias y luego la íntima satisfacción que sintió, cuando aplicara por primera vez ese suero, para salvar la vida de una niña, mordida por un perro en la cara; pero, según sus propias palabras, cada vez que aplicaba ese suero, volvían a él, los suspensos, las angustias y la ansiedad, para luego obtener la fugaz alegría de un nuevo éxito, y así, con la misma ansiedad, del primer día, esperaba los resultados de los 1500 tratamientos, que presentó en su casuística durante 11 años. Su pertinaz obcecación por ese tratamiento, le hacía decir: «Yo se que cuando el virus está fijado en el cerebro, la eficacia del suero es remota, pero hay que intentarlo. Entre tanto … el suspenso se prolonga».

En su cuarta etapa, trata de demostrar con todo énfasis que la Radiestesia, no es un fenómeno dependiente de las personas con una sensibilidad especial, de entrenamiento pensante, o de relajamiento muscular, sino, que es debido a un fenómeno respiratorio, y con esta idea, emite su hipótesis que se basa en fenómenos físicos y fisiológicos conexos. En su hipótesis, niega rotundamente que esos hechos se deban a poderes especiales o ciencias ocultas, y sostiene abiertamente, que se está gestando una nueva ciencia «La Radiestesis», cuya base la encuadra dentro de la fuerza positiva de la inspiración, atraída por la fuerza negativa del agua circulante. Esta tesis, la sostenía con singular vehemencia, tratando de demostrar, que como ciencia la radioestesia, no era un privilegio de hombre con sensibilidad especial, sino que cualquiera podía percibirla. Esta postulación científica, era su tema favorito y tanto es así, que en Corrientes, quiso que yo probara mi sensibilidad y cubriéndome los ojos, me puso una horqueta en la mano, a fin de detectar una corriente de agua. Al parecer salí bien de esa prueba, y ya de regreso, me envió una serie de sus trabajos sobre le tema, con una dedicatoria que decía: «Al Dr. Manzullo, mi alumno de Corrientes».

Esa carrera científica, llena de hallazgos fructíferos, fue coronada por diversos títulos académicos, que reconocieron su labor, su energía y su inquieta personalidad. Así lo designaron en 1956, Miembro de Número de esta Honorable Academia, en 1963, Miembro Correspondiente de la Academia de Veterinaria de Francia y Académico de Número, en la Academia Nacional de Medicina de nuestro país.

A medida que Schang fue descubriendo verdades, también, fue transformando su fe religiosa de sus comienzos dogmáticos, pasó a ser pragmático y por último filosófico. En este momento, debía optar por uno de los dos pensamientos filosóficos que rigen las ideas fundamentales y opuestas, aunque complementarias del catolicismo. Por un lado, se le presenta la concepción filosófica de Santo Tomás de Aquino, que va de lo plural a lo singular y que tiene como base, este pensamiento: «Si quieres conocer a Dios, antes debes conocer a los otros seres» y por el otro lado, el de San Agustín, que va de lo singular a lo plural, o sea: «Si quieres conocer a los hombres, antes debes conocer a Dios».

Schang, como buen hombre de ciencias, se inclinó por la escuela filosófica de San Agustín, que dice: «No llegamos a la verdad, si no partimos de una verdad, que sabemos que existe en el interior de los hombres», conceptos estos, que lo diferencian de otros filósofos de la Iglesia pues, para San Agustín, lo primero es encontrarse a si mismo y encontrar a Dios, como consecuencia de su razonamiento: «Somos, sabemos que somos y amamos nuestro ser», por eso el agustiniano, dedicado a las ciencias, tiene siempre presente esta reflexión: «Si soy yo que se engaña, al engañarme no me engaño, pues se que soy yo, y si me equivoco y dudo, es que pienso», principio que se adelanta al pensamiento cartesiano que dice: «Si pienso es que existo». Pero si existo, sabiendo que me engaño y que me equivoco, entonces no me amo, y si no me amo, no soy feliz, por lo tanto no puedo ser un hombre de ciencia, porque el hombre de ciencia, vive para dar felicidad, es decir, el hombre de ciencia, vive para los demás y no de los demás.

En las largas charlas que mantuvimos en Corrientes y en París, siempre se reflejaba en él, su filosofía agustiniana, que entre sus muchos pensamientos, valora solamente el tiempo presente, entre las dos inexistencias que son el pasado y el futuro, así, refiriéndose a las cualidades del investigador, decía, que la memoria era le presente del pasado, que la intuición el presente del presente y la expectación, el presente del futuro, por eso, en el fluir del tiempo, solamente permanece estable el fluir de la conciencia, que se extiende hacia atrás, por la memoria y hacia delante o el futuro, por la expectación, palabras éstas, que reproducen exactamente la doctrina de San Agustín, cuando dice: «El alma, espera, atiende y recuerda».

Su bondadosa virtud, por justificar hechos, lo hacían aferrarse más a los pensamientos agustinianos que decían: «El mal no es una realidad positiva, no es un ser, pues todos los seres son buenos en cuanto a ser, mientras que el mal es la privación del ser».

Podría relatar muchísimos anecdotarios de las veces que nos hemos encontrado en la vida, pues su multiplicidad de facetas, su vida plenamente realizada, su virtuosismo y sus principios límpidos de la moral, hacían de él, un maestro incuestionable, que no buscaba la especulación de un reconocimiento, sino que se preocupaba del destino del hombre como tal, que aprendió a conocerse a si mismo, para saber como podía ser mejor, o para ofrecer a otros la felicidad, por eso, fue la expresión viviente del antiguo aforismo: «Mejor creer en los que enseñan, que en los que mandan»2.
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1 Semblanza (abreviada) del Dr. Schang pronunciada el 24 de noviembre de 1975 con motivo de la incorporación del Dr. Manzullo como académico de número de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria. Anales de la Acad. Nac. de Agr. y Vet. 30(2):17-22. 1975.
2 El Dr. Pedro Julio Schang falleció el 6 de diciembre de 1969.