por el Ing. Agr. Osvaldo Boelcke1

 

Nació en la ciudad de Pergamino, provincia de Buenos Aires, el 23 de enero de 1895, donde cursó sus estudios primarios y secundarios. Ingresó luego en la Escuela de Agricultura de Santa Catalina. Desde 1915 hasta 1918 fue alumno de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Buenos Aires y, siendo estudiante aun, publicó su primer trabajo agrostológico: «Clave para la determinación de los géneros de Gramíneas silvestres de los alrededores de Buenos Aires».

Su labor docente la inició apenas recibido de Ingeniero Agrónomo, como jefe de trabajos prácticos en las cátedras de su profesor Lucien Hauman, que ocupara al retiro de éste en el año 1926.

Los cargos docentes que desempeñara desde entonces son los siguientes: Profesor de Botánica Agrícola en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Buenos Aires (IV-1926 hasta X-1965), Profesor de Fisiología Vegetal y Fitogeografía en la misma Facultad (IV-1926/XII-1947), Profesor de Botánica Agrícola en la Facultad de Agronomía de La Plata (III-1923/XII-1947), Profesor de Botánica en el Museo de Historia Natural de La Plata (VIII-1933/XII-1947), Jefe del Departamento de Botánica del mismo Museo (VIII-1933/III-1942), Director del Instituto de Botánica Agrícola de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Buenos Aires (1949-1959).

Fue un docente ejemplar, un botánico brillante y un agrónomo con ideas claras. Dedicó su vida al estudio de las Gramíneas, las plantas útiles, las malezas y las plantas domesticadas autóctonas. Inició en nuestro país el estudio científico de las plantas invasoras de los cultivos y dado su profundo interés por las plantas cultivadas y sus problemas, dirigió la importante obra en la que también es autor de varios capítulos, titulada «Enciclopedia Argentina de Agricultura y Jardinería». Es autor de más de 150 publicaciones científicas, gran parte de las cuales se refieren a la taxonomía de Gramíneas. Formó un importante herbario especializado en esa familia y una biblioteca valiosa, no sólo por la colección de obras botánicas sino también por las relativas a las artes y a la literatura, disciplinas que amaba tanto como las Ciencias Naturales.

Recibió varios premios y distinciones: Premio Facultad de Agronomía y Veterinaria, medalla de oro a la mejor tesis presentada para optar al grado de Ingeniero Agrónomo en 1919; Premio Holmberg de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales por el trabajo «Ensayo Fitogeográfico sobre el partido de Pergamino» en 1930; Medalla Agrícola Interamericana otorgada en 1960 por el Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas de la O.E.A.; Premio Bunge y Born recibido por su destacada labor científica en el campo de la Agronomía.

Ha sido uno de los fundadores de la Sociedad Argentina de Agronomía (1934), cuya revista dirigió en calidad de director permanente, Socio Honorario de la Sociedad Argentina de Botánica (1953), Presidente de la Asociación Argentina de Ciencias Naturales Physis, Académico de número de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria (1926), de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (1939) y de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba (1940).

Colaboró con la fundación de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias y más tarde en la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, de cuyo directorio fue miembro.

Dirigió durante muchos años la Revista de la Facultad de Agronomía y Veterinaria. Ha sido Delegado de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Buenos Aires a los Congresos Internacionales de Botánica realizados en Amsterdam en 1935 y en Montreal en 1959, Delegado de la misma Facultad a la Segunda Reunión Nacional de Ciencias Naturales (Mendoza, 1937), Delegado del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública al V° Congreso Internacional de Enseñanza Agrícola (Buenos Aires, 1936), delegado de la Sociedad de Ciencias, Letras y Artes de Nápoles, de la Sociedad Científica Argentina y de la Sociedad Argentina de Agronomía al II° Congreso Sudamericano de Botánica (Tucumán, 1948).

            Realizó viajes de estudio a los principales países de Europa (IV-1935/III-1936) y a U.S.A. (XI-1941/IV-1942) e invitado por el Comité de Relaciones Internacionales Artísticas e Intelectuales de New York.

            Fue miembro correspondiente, entre otras, de la Academia Chilena de Ciencias Naturales (1934), de la Botanical Society of America (1936), de la Sociedad Científica de Valparaíso (1939), de la American Academy of Arts and Sciences de Boston (1942), del Instituto Ecuatoriano de Ciencias Naturales (1942), de la Linnean Society of London (1951), de la Real Sociedad Española de Historia Natural (1953) y de la Academia Internacional de Historia de las Ciencias
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            En 1962 la Universidad Nacional de Tucumán lo distinguió con el nombramiento de Doctor Honoris Causa y en la de Buenos Aires fue nombrado Profesor Emérito.

            Continuó dictando clases y activamente dedicado a la investigación científica hasta octubre de 1965, en que hizo crisis su enfermedad. Falleció en la ciudad de Buenos Aires el 21 de abril de 1966. Fue velado en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Buenos Aires y sus restos descansan en su ciudad natal, Pergamino.

            El ingeniero Parodi, al cual el visitante ocasional encontraba en la pequeña pieza de trabajo del viejo pabellón de Botánica de la Facultad de Agronomía y Veterinaria, por cierto distaba mucho de la imagen que podría tenerse de un hombre de ciencia de fama internacional. En su manera de ser nada había que denotara importancia, sino al contrario una simplicidad cautivadora, una suavidad y, diría yo, una timidez que de inmediato aplacaba cualquier temor que podría haber albergado el visitante ante el encuentro. Por lo común, el mismo quedaba cautivado en poco tiempo por el extraordinario caudal de conocimientos del dueño de casa, por cierto no limitado al campo de la botánica, pues abarcaba también buena parte de las demás áreas del saber humano. Estos conocimientos se asentaban en una cultura general profunda y amplia que comprendía las artes, la historia y la filosofía.

            El ingeniero Parodi era un gran amante de la pintura; vivía rodeado de cuadros y de libros de arte; conocía y admiraba las obras maestras del mundo occidental, muchas de las cuales había visto al visitar los grandes museos del mundo. Cuando alguien viajaba al extranjero, solía dar consejos como «No deje de ver ese cuadro en tal museo», o bien «no se pierda las construcciones de aquella ciudad».

            Amaba sobre todo la música, sin la cual no podía vivir, y en su casa siempre trabajaba escuchando discos de Bach, Mozart o de otros de los grandes músicos, que su rica discoteca le brindaba a elección. Recuerdo que con motivo de un viaje a un país americano me dijo en la despedida: «Lo que allí echará de menos será la música», y en efecto, así fue.

            Era suave y considerado con los que lo rodeaban. Aún en momentos de impaciencia, que tenía como cualquier otro humano, nunca perdía su tolerancia para los defectos de los demás.

            Su memoria era privilegiada, pero no se fiaba demasiado de ella para hacer valer su opinión. En todo momento se hallaba dispuesto a aceptar que podría estar equivocado y acogía favorablemente la opinión de colegas o alumnos mucho más jóvenes que él, cuando intuía que podrían tener razón o bien se lo demostraban con hechos. En este sentido, pienso que ha sido siempre uno de los más jóvenes de nuestros botánicos, con su extraordinario espíritu crítico para sus propias limitaciones y las de los demás. Valga como ejemplo lo siguiente: Durante muchos años enseñó en todos los campos de la botánica, pero bastó que aparecieran en el país los primeros fisiólogos vegetales adiestrados, para que se retirara de inmediato de profesor de fisiología. Otro tanto fue ocurriendo en otras ramas de esta ciencia, en la medida en que se desarrollaban en nuestro medio las distintas especialidades. Sin embargo, aunque ya no se consideraba competente en alguna de ellas, en ningún momento perdió el interés por las mismas y seguía atentamente su desarrollo a través de las revistas científicas. Esta curiosidad permanente por la ciencia en general fue lo que le permitió incorporar en sus trabajos cuento hecho nuevo apareciera. Fue así un taxónomo en el mejor sentido de la palabra.

            Era extraordinariamente generoso con su saber y todos los que iban a consultarlo recibían ayuda en la medida de sus posibilidades. Cuántos no son los trabajos que ayudó a redondear, brindando su experiencia y aplicando su sentido crítico tan desarrollado.

            Como profesor, la característica sobresaliente de su personalidad fue el amor por la gente joven. Dio clase hasta que su enfermedad lo postró y toda su vida estuvo rodeado de jóvenes estudiantes y colaboradores. Se brindaba a ellos de manera muy especial, sin límites, y ese amor permanente por lo nuevo, en pleno proceso de formación, también se moldeó en su mente.

            Sus clases siempre eran interesantes y amenas. No se puede decir que haya sido el más ordenado de los profesores, pero en momento alguno se perdía la sensación que más allá de sus palabras había un mundo atractivo y excitante. Había abierto una ventana por la cual el alumno espiaba una pequeña parte de ese mundo novedoso, despertándose así su entusiasmo para descubrir por sus propios medios algo más de lo desconocido que había vislumbrado. Al profesor jamás le alcanzaba el tiempo para poder hablar de todas las maravillas del mundo vegetal, y ese entusiasmo extraordinario, que no perdió en toda su vida, fue lo que determinó la formación de la escuela de botánicos argentinos de la cual todos nosotros formamos parte.

Su puntualidad era legendaria. Jamás llegó tarde a reunión alguna ni faltó a una cita. Jamás faltó a una clase, a no ser que estuviera gravemente enfermo, hecho que ocurría muy raras veces. Siempre se hallaba al menos una hora antes de la clase en la Facultad, trayendo personalmente cuanta planta necesitaba de su jardín botánico. Pero tal vez lo más notable fue que hasta su última clase en octubre de 1965, cada una de las mismas fue preparada en forma tan minuciosa como posiblemente lo hizo cuando lo nombraron profesor 40 años antes, allá en 1926.

Por la mañana era el primero en entrar en el edificio de botánica, generalmente alrededor de las seis. En los últimos años, sabiendo que físicamente no estaba del todo bien, se logró convencerlo de venir un poco más tarde. Una de sus colaboradoras quedó encargada de buscarlo en auto todas las mañanas en la estación del subterráneo a una hora razonable. Sin embargo, invariablemente el Ing. Parodi allí se encontraba al menos un cuarto de hora antes de lo convenido, tomando frío en una esquina ventosa y mojándose en los días de lluvia, con tal de evitar que tuvieran que esperarlo. Se trató de buscarlo un poco más temprano para abreviar su espera, con el único resultado que luego llegaba más temprano aun.

            He sido colaborador del Ing. Parodi durante muchos años y estoy seguro que difícilmente podría haber encontrado un Jefe de Cátedra más considerado y delicado. Jamás trató de imponer su punto de vista y siempre aceptó la franca discusión cualquiera que fuera el problema, permitiendo con mucha frecuencia que las cosas se hicieran aun cuando no se hallaba del todo convencido de su conveniencia o necesidad. En el trabajo en común de personas de distinta edad, es casi inevitable que en ciertos momentos surjan diferencias y sin embargo, en todos los años que pasamos juntos jamás hemos tenido un sí y un no.

            Se lo ha criticado muchas veces por no haber sido más decidido en tal o cual circunstancia. Hay que entender que el batallar no formaba parte de su personalidad, concentrada en la enseñanza y la investigación. Sin embargo, nunca rehusó aceptar responsabilidades cuando el momento lo exigía. En las oportunidades en que la cátedra pasó momentos difíciles, la lucha resultante jamás se hubiera ganado sin su respaldo decidido, con el que siempre se podía contar de considerar él justos los objetivos.

            Trabajar con el Ing. Parodi era trabajar con un amigo, de cuyo consejo, fruto de la sabiduría acumulada en una larga y rica vida, siempre se podía disponer. La falta de este querido y sabio amigo es tal vez lo que más sentimos los que fuimos sus colaboradores inmediatos y como tal, el Ing. Parodi perdurará en nuestro recuerdo.

ó

 [1] Biografía publicada en el Boletín de la Soc. Arg. de Botánica 12(1):1-6. 1968.  Reproducida con autorización  de dicha publicación.