por el Dr. Alfredo Manzullo[1]

 

He conocido al Dr. Mayer desde la época que fuimos condiscípulos en la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Nacional de La Plata, adonde llegó de su provincia natal, Entre Ríos, para seguir sus estudios universitarios. Lo recuerdo aún hoy, muy bien, con su parsimonioso andar provinciano, que aún conserva, introduciéndose pausadamente en los más diversos ámbitos del quehacer universitario, para sobresalir, sin proponérselo, entre sus compañeros por su exquisita sensibilidad y tolerancia sin límites, lo que le ha permitido ganarse el respeto y devoción de cuantos lo rodeaban. Y así, fue pasando sus años de Facultad con su sostenida mirada siempre clara, prudente y sincero, acumulando méritos propios de ese valor moral que lo caracteriza, y sin la susceptibilidad del hipócrita que teme verse desenmascarado. Así, límpido, tenaz, estudioso, egresa de la Facultad en 1935 con sus alforjas llenas de ilusiones, pero también vacías, en cuanto a lo que él creía, eran sus conocimientos.

De inmediato de recibido, orientó su actividad profesional al conocimiento de los múltiples problemas emergentes del cuidado de la salud del hombre, en su esfera de acción. Siguiendo esa especialidad de nobles caracteres de bien público, desempeña algunos cargos en la Provincia de Buenos Aires, de Inspector Veterinario en el Matadero de Baradero y Bacteriólogo en el hospital de esa ciudad. Sin embargo, ello no lo conformaba, se rebela casi de inmediato, pues teme que esas tareas le impidan adquirir el reflejo de la mentalidad social, que se había forjado y a fin de aquietar sus ansias de saber, se traslada a la Provincia del Chaco, para realizar estudios superiores de Entomología Médica y sus aplicaciones a la Epidemiología Humana y Comparada, en el Instituto de Medicina Regional de la Univ. Nac. de Tucumán. En Resistencia es donde se encuentra consigo mismo, ahí, es donde se nivela, porque le permite esa especialidad, desarrollar algunas ideas propias, que nacen en su cerebro en el período de su perfeccionamiento.

Su acendrado idealismo, le hace pensar que no cumple con pasión de procurar el bienestar de los demás, si no trasmite sus conocimientos y es entonces cuando se deja estremecer por las tiernas caricias de la docencia, que encara con esa dignidad propia de los seres llamados a gravitar en la perfección de la vida de sus jóvenes discípulos.

Comienza su carrera docente como Profesor Interino de Materia Médica en el año 1947. Esta designación no lo conforma, ya que de alguna manera lo aparta, él piensa, que lo aleja de su verdadera vocación que es la de dedicarse al sanitarismo. Por eso, pocos años después acepta el cargo de Profesor ad-honorem de Inspección de Carnes, Productos Alimenticios y Bromatología, para pasar luego a una cátedra más específica, la de Patología Comparada y Salud Pública; es ahí, donde comienza a desarrollar su actividad de verdadero maestro, que afirmado por su inquebrantable fe, asume responsabilidades y trata de imponer el verdadero sentido de la profesión veterinaria, como integrante de los equipos médicos, que luchan por velar por la salud de la comunidad, porque él, es consciente que los profesores que abrazan esta especialidad, se identifican con una cultura que está íntimamente ligada a sus creencias, a sus valores y a sus perjuicios y que tienen objetivos y horizontes de amplio sentido humano, que los hacen más buenos y los obliga a un esfuerzo personal y colectivo, que los enaltece, elevándolos así, a una modalidad de vida, de amor al prójimo, tan propio de los hijos de esta tierra, que contrastan, con ciertas idiosincracias foráneas, que pujan por imponernos por la fuerza y fuera de toda razón, los dogmatismos de una domesticidad impropia de la valentía y la personalidad que nos caracteriza.

Simultáneamente con estas designaciones, Mayer desempeña algunos cargos en el Instituto de Medicina Regional del Chaco, que lo llevan a ocupar la dirección del mismo, en el año 1960, y es ahí, donde demuestra la firmeza de su personalidad y donde su mente creadora, le permite realizar una serie de investigaciones propias, objetivas y de verdadera importancia en esa rama médica. Su lucha por llegar a esa verdad científica a la que muchos aspiran, pero pocos llegan por las flaquezas de sus caracteres, encontró en Mayer tierra propicia para solucionar con toda amplitud, los enormes problemas que se presentaron en la ejecución de sus investigaciones.

Si analizamos sus investigaciones, que suman más de 60 títulos, podemos observar dos períodos perfectamente definidos en su vida intelectual. En el primer período, sus investigaciones se circunscriben a estudiar problemas individuales, donde el paciente no solamente debe ser aliviado do su mal, ciño debe ser tratado y curado, y entre ellos podemos citar los trabajos realizados en el cólico trombo embólico de los equinos y la pleuro anestesia general. En su segunda etapa, observamos que Mayer entra en esa fase del racionalismo, que tiene como base el pensamiento, como paso previo a la necesidad del conocimiento, que lo obliga a evaluar juicios lógicos y universalmente válidos, para ser trasladados a la experiencia, y así, es que su trabajo sobre Tripasonomiasis equina, fue durante muchos años un elemento de consulta para los investigadores que se dedican a la parasitología.

Este fue el momento en que Mayer comienza a desarrollar su obra de renovación, sin atarse a ningún programa pre establecido, porque ello le reduciría su libertad de crear y la originalidad de sus investigaciones. Es entonces, cuando templa su carácter, y se dedica a servir a su ideal, a vivirlo, a soñar, y a redoblar su inagotable esfuerzo, rompiendo con el individualismo específico y se orienta a la perfección de su vida de estudioso, teniendo siempre como norte el pensamiento de Espinoza, que dice: “Si bien la ciencia es una razón, la verdad en la ciencia es un culto”.

Sus contribuciones a los grandes problemas de las enfermedades endémicas, y en especial las antropozoonosis, han merecido la atención de los especialistas de nuestro país y del extranjero, entre los que se destacan sus estudios sobre Hidatidosis, Chagas, Brucelosis y Fiebre Q. Aunque últimamente, la toxoplasmosis es su tema preferido por el cual, con motivo de sus valiosos hallazgos, la Subsecretaría de Ciencia y Tecnología de la Nación, le ha otorgado subsidios para continuar con sus estudios.

En los numerosos países que visitó, siempre fue recibido con general beneplácito y en ellos, transmitió sus experiencias, muchas de las cuales son citadas en textos clásicos o en trabajos experimentales.

Como buen maestro, se rodeó de un numeroso grupo de colaboradores que siempre han recibido el estímulo de sus juicios justos y equilibrados, lo que hace de su lugar de trabajo, un ambiente de verdadera tranquilidad espiritual, tan necesaria para la libertad de creación, por lo que le ha permitido, ganarse el respeto de sus colaboradores, ese respeto, que nace por gravitación propia y del apoyo moral y espiritual que brinda, por ser además, guía inteligente en la verdadera dimensión humana. Así como se destaca en el ámbito científico, Mayer llega a los más altos niveles de la vida universitaria, ocupando durante varios períodos un sitial en el Consejo Académico de la Facultad de Corrientes y en el año 1964 es designado Decano de esa Casa de Altos Estudios[2].

Sin embargo, Mayer, vive su mundo en esa lejana provincia, siempre trabajando, siempre rodeado de jóvenes discípulos, pero también siempre con la mirada puesta en ese ideal fecundo del común engrandecimiento, que le ha permitido ganarse un sitial en la comunidad científica y el reconocimiento de sus pares, que ven en él, al hombre que ha avanzado firmemente en las doctrinas de su especialidad, con esa integridad de carácter, que le permite vivir plenamente su virtud, de dedicar sus energías al perfeccionamiento de su obra. Es en ese momento de su vida, cuando se ve conmovido por la noticia que la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, le ha otorgado el “Premio Doctor Francisco Rosenbusch”, en cuyo dictamen el Jurado dice: “Se le otorga por las investigaciones realizadas en sanidad animal, relacionadas con la salud humana, por su actividad docente y por las tareas de formación de profesionales”. Justo reconocimiento, a la larga y fecunda labor de un hombre, que ha puesto al servicio de los demás, su ingenio e inteligencia, sin nunca esperar retribuciones mezquinas, que podrían envilecer su obra.

Mayer es de esos hombres que poseen un admirable conjunto de energías morales, que lo impulsan a vivir siempre, en la trascendente virtud de defender la dignidad y la justicia del hombre, mediante la noble misión de procurar el bienestar social de la población.

Miembro de numerosas entidades científicas del país y del extranjero, es asiduo concurrente a todos los congresos y jornadas que se realizan, y es allí, donde lo vemos llegar siempre con su portafolio cargado de estudios, que transfiere a los concurrentes con esa maestría propia de los hombres que hacen de sus tareas un verdadero culto.[3]

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[1] Presentación del Dr. Horacio Mayer expresadas por el Dr. Alfredo Manzullo en el acto de incorporación de aquél a la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria el día 27 de mayo de 1982 (abreviada y adaptada).

[2] El Dr. Mayer fue Decano de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Univ. Nac. del Noreste de 1964 a 1969. En 1977 fue designado Profesor Emérito de dicha universidad (N. del E.).

[3] El Dr. Horacio F. Mayer nació el 7 de julio de 1912 en Ramírez (Entre Ríos) y falleció el 7 de junio de 1987. Fue designado Académico Correspondiente de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria el 28 de octubre de 1981 (N. del; E.).