por el Ing. Agr. Carlos A. Lizer y Trelles1
El doctor Lahille, lo mismo que Corneille y Flaubert nació en Rouen capital de la riente Normandía, región privilegiada de las pomas y la sidra, que me trae a la memoria tiempos felices de mi adolescencia pasados en aquel rincón de Francia.
La vocación por las Ciencias Naturales se le despertó desde muy joven y, de ahí, que cursase en la Universidad de París, los estudios correspondientes a estas disciplinas; ya graduado, prosiguió, en la misma universidad, la carrera de medicina en la cual obtuvo el título pertinente dos años después, esto es, en 1893, el mismo de su arribo a nuestro país. Pero al propio tiempo que estudiaba las carreras precitadas, desempeñaba el cargo de docente libre en la Facultad de Ciencias de Toulouse, con tan brillante éxito qué al poco tiempo empezaron a trascender los primeros trabajos dados a publicidad, entre los años 1884 y 1893, atañaderos a varios grupos zoológicos, tales como peces, Zoología general, batracios, medusas, quilópodos, branquiópodos, tunicados, entomología pura y agrícola, mamíferos y técnica sobre trabajos prácticos. De todas estas investigaciones aparecidas, en gran parte, en el Boletín de la Sociedad de Historia Natural de Toulouse, los de mayor envergadura se refieren, sin lugar a duda, a los tunicados de las costas de Francia, acerca de los cuales publicó 19 trabajos; entre ellos merece mención aparte la tesis presentada para optar el título de doctor en Ciencias Naturales, de 330 páginas y 177 figuras, notable estudio que tuvo la virtud de darle merecido renombre al autor, no obstante su relativa juventud.
Cuando el Museo dc La Plata contrató los servicios del joven naturalista para realizar estudios hidrobiológicos en las costas argentinas, en 1893, ya gozaba de cimentada fama de investigador en su patria, y, particularmente, acerca de la fauna marina, por los trabajos efectuados y práctica adquirida en los célebres laboratorios marítimos de Roscoff y Baniuls.
Cinco años únicamente permaneció al frente de la referida sección, jefatura que renunció para ingresar en el Ministerio de Agricultura de la Nación, con el fin de ocupar el cargo de jefe de la División de Caza y Pesca. Como se advierte, en esta dependencia tendría oportunidad de proseguir, en parte, las tareas relativas a hidrobiología, mas todas sus ilusiones en tal sentido, se desvanecieron por la incomprensión de algunos secretarios de estado de aquel Departamento, desconocedores, en forma absoluta, de los ingentes problemas que había urgente necesidad de encarar y resolver para el conocimiento de nuestra rica fauna marítima. En los primeros tiempos emprendió con entusiasmo los estudios de esta vasta rama de la Zoología, continuando así los ya iniciados en el Museo platense. Las 50 publicaciones sobre peces y pesquerías hablan elocuentemente de la tendencia vocacional que sentía por tales disciplinas y del tesón puesto al servicio de ellas. Ya he escrito en otra oportunidad que «… en la dependencia a su cargo era, al mismo tiempo, cerebro creador y nervio motor, ejecutante de las voliciones de aquél».
Va de suyo que en el Departamento de Agricultura, a poco de ingresar en él, trascendió el valer de un técnico con modalidades disímiles a las de la mayor parte de los demás de igual jerarquía. Se dio a conocer por lo punzante y mordaz de los conceptos vertidos en sus informes cuando estos adquirían carácter polémico, yo mismo, en cierta oportunidad, hube de polemizar con él por una futileza intrascendente, y sabiéndolo con aficiones a esta clase de lides, deliberadamente le buscaba la lengua -mejor dicho, la pluma- pues con toda probabilidad en la respuesta encontraría alguna enseñanza, como así sucedió, en efecto.
Dos años y medio permaneció al frente de la División de Caza y Pesca, que en mayo de 1901 se transformó en Oficina de Zoología, Entomología Aplicada, Caza y Pesca, con lo cual las tareas del jefe se multiplicaban en forma apreciable. Esta dependencia mudó de nombre dos veces más, con lo que suman cuatro sus designaciones, como resultado de las veleidades de algunos ministros quienes horros de ideas básicas y concretas, suponen justificada la obra en sus respectivos departamentos, por simples reestructuraciones y cambios de nombres a los distintos servicios, esto es, aparentar en ellos, ante el pueblo ignaro, mayor progreso y rendimiento, cuando todo se reduce a meros disfraces externos, que me trae a las mientes el dicho francés: plus ça change, plus c’est la meme chose.
Pero concomitantemente se dedicó con pasión a la docencia, inicióse en marzo de 1904, en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta y en mayo de 1910, se le designaba catedrático de Zoología General de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires. Cursaba yo el tercer año en esa casa de estudios cuando trabé relación con él, y poco tiempo después hube de ayudarle en la cátedra en carácter de jefe de trabajos prácticos; esta distinción constituye para mí, uno de los más preciados galardones de mi curriculum vivendi, conocidas como eran, sus exigencias y lo difícil de contentarlo hasta en los más ínfimos pormenores. Y ésta, mi satisfacción, es tanto más íntima, cuanto de él mismo partió la elección para servirle de jefe de trabajos.
Como maestro -podría decirse maestro de maestros- lo fue y en el cabal sentido de la palabra; su enseñanza era sui generis porque no se concretaba a la exposición escueta del hecho en sí o a las derivaciones periféricas del mismo, sino que desentrañaba la faz filosófica de la cognición, para lo cual penetraba en lo esotérico de ella, y al revelarla brindábala luminosamente a sus oyentes. Los que tuvieron la suerte de seguir sus sabias lecciones y hayan podido captarlas y asimilarlas, conservarán, sin duda, vivo recuerdo de la forma en que las vertía -dentro de un plan didáctico de primer orden- parsimoniosamente, con la solemnidad del patriarca que dicta la doctrina a sus catecúmenos.
La intensa labor desplegada desde el mismo año de obtenido el título de Licenciado en Ciencias Naturales (octubre de 1884) hasta abril de 1937 -es decir más de medio siglo- se halla exteriorizada en unos 355 títulos abarcados por sus publicaciones, inmensa producción ecléctica, macisa y filosófica.
En primer lugar llama poderosamente la atención un hecho digno de señalarse: los estudios predilectos de hidrobiología fluvial y marítima, tan felizmente iniciados en Europa, no fueron los que gozaron de la mayor predilección en nuestro país, no obstante haber sido contratado para tal fin por el Museo de La Plata, como ya lo he dicho; parecería que la desilusión lo hubiese embargado durante los cinco años pasados al servicio de aquella institución, de la cual se apartó en busca de nuevos horizontes.
Entre las publicaciones más en armonía con las disciplinas de esta Academia, es menester recordar las que enuncio a continuación, por orden cronológico: Estudio de las aves en relación con la agricultura; El gusano de las manzanas y peras; Contribución al estudio de los ixódidos de la República Argentina; Arestín del caballo; La langosta y sus moscas parasitarias; Uniones internacionales y protección, a las aves útiles; Los gastrófilos de la República Argentina; El piojo de San José; La fecundidad de la garrapata común del ganado y los varios períodos de su vida; Atlas de la garrapata trasmisora de la tristeza; La langosta en la República Argentina; Los enemigos de la fruticultura en San Rafael y Contribución al estudio del bicho de cesto.
Los demás trabajos se agrupan en esta forma: 20 sobre Zoología general, 109 acerca de invertebrados, incluidos los equinodermos, moluscos, platelmintos, crustáceos, hexápodos, arácnidos y tunicados; 35 son de vertebrados, entre los que se cuentan las aves, mamíferos y el hombre, y una cincuentena relativos a temas varios de carácter filosófico, técnico, médico, antropológico, lingüístico y docente.
Bueno es recordar el pensamiento del Dr. Lahille respecto de la especialización cerrada, con exclusión de las correlaciones necesarias frente a otras disciplinas con mayor o menor lejanía de la central en juego. Tenía una expresión muy suya: especiógrafo, decía, con ademán harto significativo, cuando se trataba de alguien con las referidas características. Respecto de esta modalidad lahilleana, con tendencia a un moderado y necesario enciclopedismo, el Dr. Fesquet, su más adicto y dilecto discípulo y amigo, transcribe en uno de sus trabajos estas frases: «El universitario no puede, naturalmente, investigar profundamente todas las ramas del saber; pero si un universitario no puede ser una enciclopedia viviente, tiene que poseer conocimientos sólidos y precisos de todos los métodos de investigación y de todas las principales conquistas modernas de la verdad en los campos tan variados cuan inmensos del saber humano». Más adelante agrega: «En el fraccionamiento de los estudios vislumbro un peligro muy grave, porque dificultará siempre más la formación de esa clase escogida y superior de intelectuales que en cada país se necesita para conducir y dirigir a los pueblos por la senda de los progresos materiales y morales». El miembro de número de esta Academia, Dr. Cabrera, decía el año l930 en el discurso pronunciado con motivo del homenaje tributado al Dr. Lahille por su designación de profesor honorario de la Facultad de Agronomía y Veterinaria, este concepto: «La obra de Fernando Lahille se halla todavía lejos de estar terminada, y, sin embargo, ya basta para demostrar que, contra lo que hoy comúnmente se cree, es posible ser investigador, e investigar con buen éxito, sin incurrir en el absurdo de la especialización exagerada».
La ironía fina y sutil, campeaba no sólo en sus escritos, sino también, frecuentemente, en la conversación diaria. Casi siempre las contestaciones estaban a flor de labio. Recuerdo que un día, ya después de jubilado, me visitaba en el laboratorio a mi cargo que, como se sabe, era el del maestro que a honra tuve heredar; pocos días antes habíaseme provisto de un magnífico estativo, la última palabra en óptica de aquellos tiempos; uno de los técnicos lo estaba usando y muy ufano preguntóle: ¿qué le parece doctor esta maravilla?; aún no tenía concluida la pregunta cuando le contestó así a boca de jarro: «no consiste todo en disponer de instrumentos maravillosos, más necesaria es la materia gris», sentencia incontrovertible que confirma los geniales descubrimientos de Leuwenhoek, Pasteur, Koch, Behring y otros que disponían de sobrada materia gris y escaso y malísimo instrumental.
Sabido es que en cierta oportunidad un incendio concluyó con casi todas las existencias de la dependencia a su cargo, y cuál no sería su asombro cuando poco tiempo después, con motivo de una de las tantas exposiciones del Ministerio de Agricultura, se le invitaba a exponer algo en ese certamen. Cualquier espíritu menos irónico, no repuesto aun de la catástrofe reciente, se hubiese sentido molesto, pues tal invitación podría haberse interpretado como broma de mal gusto. Pero él lejos de tomarlo en tal sentido, expuso instrumentos, libros, material de colección, etc., todo estropeado por la acción del fuego, acompañada cada pieza del correspondiente rótulo que las circunstancias imponían. Va de suyo que muy celebrada fue esta originalidad.
Envidiable fue la capacidad de trabajo de que estaba dotado y la resistencia física, que sólo mermó en los postreros años de vida; en 1933, esto es, a los 72 ya cumplidos, es llamado por el entonces Director de Defensa Agrícola y Sanidad Vegetal, nuestro actual académico Spangenberg, para presidir la Comisión Central de Investigaciones sobre la langosta, que tantos frutos dio en pro del conocimiento racional de tan malhadada plaga; desgraciadamente, por hallarse con la salud algo resentida, sólo dos años pudo estar al frente de esa comisión técnica, a la cual condujo con su consabida experiencia, tacto y eficacia. Otra vez aquí volví a estar en contacto con el maestro y nuevamente tuve oportunidad de aquilatar la vastedad de sus conocimientos.
Así como he mencionado el semi olvido en que lo tuvieron en buena parte del tiempo de su largo paso por el Departamento de Agricultura, así también el Gobierno Nacional se acordaba de él cuando se trataba de hacer lucir al país en los certámenes, habidos en el exterior. De ahí, pues, que hubo de representarnos, como delegado oficial, en los congresos celebrados en Montevideo (1901), Viena (1905), Santiago de Chile (1908), Bruselas (1910) y Padua (1930).
A este respecto no todos los gobiernos son dadivosos cuando se trata de delegados de carácter científico; siempre han tenido mano abierta para otra clase de delegaciones o representaciones. Quiero traer a colación, cabalmente, el caso ocurrido con motivo del precitado Congreso internacional de Pesca y Piscicultura de Viena. En el decreto firmado por el presidente Quintana y el ministro Torino reza así: «Desígnase al Dr. Fernando Lahille, jefe de la Sección Caza y Pesca de la División de Ganadería, para que ejerza la representación de la República en aquel congreso, fijándole el término de tres meses para el desempeño de su misión y asignándole por toda compensación de los gastos que ella motivará, el sueldo de que goza según el presupuesto vigente». ¿Puede calificarse este hecho como rasgo de economía?, no señor, eso es, a mi juicio, lisa y llanamente cicatería, y de la más legítima.
Los contratiempos materiales de la índole ya citada, tenían para el sabio sus compensaciones morales que muy mucho lo halagaron; así en 1904 se le otorga diploma de honor en la Exposición Universal de Saint Louis Norte América, en 1906 es designado oficial de Academia y corresponsal del Museo de Historia Natural de París; en 1910 miembro del Comité Permanente de los congresos entomológicos; en l91l le otorga medalla de oro en la Exposición de Torino y de plata en la de Roubaix; en 1917 es designado Consejero de la Facultad de Agronomía y Veterinaria; en l925 presidente de la Asociación Nacional de Pesca y en 1934 Caballero de la Legión de Honor.
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1 Semblanza (sensiblemente abreviada) del Dr. Lahille pronunciada el 29 de septiembre de 1947 con motivo de la incorporación del Ing. Agr. Carlos A. Lizer y Trelles como académico de número de la Academia Nac. de Agronomía y Veterinaria. Buenos Aires, Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, 1948. p. 5-12.