por los Ings. Agrs. Rolando J. C. León y Martín R. Aguiar 1

El profesor Alberto Soriano falleció el 21 de octubre de 1998 luego de una dolorosa enfermedad que lo obligó a ausentarse de su laboratorio a partir de mayo de 1998. Soriano era Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires, Investigador Superior del CONICET, director del IFEVA (Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agronomía) y miembro de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria (desde 1975) y de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (desde 1981). El hecho que fuese miembro de ambas academias resalta uno de los aspectos más significativos de su trabajo, esto es que, partiendo de la agronomía, haya realizado aportes originales y fundamentales a varias ramas de la biología. Soriano estaba convencido que la agronomía progresaría en la medida que progresaran los conocimientos acerca de los principales procesos fisiológicos y ecológicos de los ecosistemas. Este interés por comprender el funcionamiento de agrosistemas tan disímiles como los cultivos o los pastizales naturales, resultó en contribuciones fundamentales para la botánica, la fitogeografía, la fisiología vegetal, la ecofisiología y la ecología. Su pasión por la investigación de preguntas tan diversas fue acompañada por una gran pasión por la enseñanza. Soriano formó más de 50 discípulos e influyó decididamente en la carrera de un número mayor de alumnos a través de diferentes cursos de grado y postgrado en diferentes universidades.

Soriano nació eb Buenos Aires de padres andaluces (nativos de Jaen, Sevilla), el 27 de agosto de 1920. Cursó sus estudios en el Colegio Nacional Mariano Moreno y universitarios en las facultades de Agronomía y de Filosofía y Letras. Se graduó en la Facultad de Agronomía de la UBA en 1942 con medalla de oro. Fue ayudante de la Cátedra de Fisiología Vegetal y Fitogeografía y más tarde (1945 y 1946) profesor de Botánica y Fisiología Vegetal en la Universidad del Litoral en Corrientes. Entre 1948 y 1956 fue técnico del Instituto de Botánica del Ministerio de Agricultura y Ganadería, y durante 1956 y 1957 Jefe de la División Ecología y Fitogeografía del mismo Instituto. Finalmente, en 1957 fue Profesor Titular de la Cátedra de Fisiología Vegetal y Fitogeografía en la Facultad de Agronomía, UBA, su lugar definitivo de trabajo.

Sus trabajos de investigación iniciales los realizó en el área de la botánica taxonómica bajo la supervisión de Lorenzo Parodi. Nos parece oportuno reproducir un párrafo de A. Soriano sobre algunas características sobresalientes de su maestro, que él supo reproducir con acento propio a lo largo de su larga carrera docente. «Parodi fue el profesor que más lograba entusiasmar, en general, a los estudiantes con alguna inclinación que no fuera puramente profesionalista. Sus ejemplos, las anécdotas que refería y sobre todo la certeza que transmitía acerca de la relación estrecha que guarda la agricultura con la ciencia, nos mostraban un mundo que iba mucho más allá de aprender nombres de plantas o descripciones de órganos y tejidos. Como todo buen pedagogo enseñaba principalmente con el ejemplo. No necesitaba dar peroratas didácticas. Contagiaba su entusiasmo, su curiosidad, su afán por observar los hechos que nos rodean, y predicaba con su gran modestia».

Probablemente fuera Parodi quién lo interesó en aquel primer trabajo sobre viviparidad en acelga silvestre, que realizó siendo alumno, al igual que aquél relacionado con las especies del género Suaeda (publicados en 1940 y 1942). Pero el Maestro seguramente no imaginó que los siguientes ocho años de dedicación al estudio de las Quenopodiáceas nativas, le permitiría descubrir, al investigador en formación, ese territorio que lo apasionó y ocupó, durante más de medio siglo: la Patagonia.

La descripción de una nueva familia, las Halophytáceas, y la del género Benthamiella alternarían con sus primeras contribuciones fitogeográficas sobre la Patagonia, que incluirían su tesis sobre la vegetación de Chubut, calificada como sobresaliente en 1949. La Asociación para el Progreso de las Ciencias y las Sociedades Anónimas de la Patagonia financiaron parte de los viajes de la década del 40. Por otra parte, las Fundaciones Guggenheim y Rockefeller le permitieron iniciarse en el estudio de la ecofisiología de las plantas de ambientes áridos, en el Instituto Tecnológico de California baja la dirección del Prof. Frits W. Went (1950-1952). En ese momento a juzgar por sus dichos de 1993 la vocación de Soriano se confirmó: «Después de Parodi, Frits Went y la atmósfera del CalTech de los años 50 me afirmaron en mi predilección por una vida ocupada en tratar de dilucidar fenómenos y mecanismos que ocurren en la naturaleza y que tienen que ver con la agricultura en su sentido más amplio».

Un aspecto importante de la primera descripción fitogeográfica completa de la Patagonia, realizada en 1956, fue el claro enfoque ecológico del trabajo al describir separadamente el efecto del uso pecuario sobre la heterogeneidad de la región. Sobre la base de una red de clausuras al pastoreo establecidas en distintos ecosistemas patagónicos en 1954 obtuvo los primeros datos sobre el efecto del pastoreo sobre vegetación y suelos. Su interés por comprender los ecosistemas patagónicos se cristalizó no sólo en una investigación de gran originalidad para esa época y nuestro medio, que relacionó la estructura con el funcionamiento de las estepas patagónicas, sino también en algunas de las líneas de investigación que dirigió durante toda su vida: la economía del agua en las plantas y los procesos de germinación.

Durante la década del 60 consolidó su interés por estudiar las malezas de los cultivos desde una perspectiva fisiológica y ecológica. El y su grupo estudiaron tres especies de malezas que fueron utilizadas como modelos de estrategias de invasión y perpetuación: el chamico (Datura ferox), el pasto puna (Stypa brachychaeta) y el sorgo de Alepo (Sorghum halepense), con resultados que tuvieron inmediata aplicación tecnológica.

Durante los 70 lideró los esfuerzos por caracterizar la productividad de los pastizales en Argentina (Pampa Deprimida y Estepa Patagónica) dentro del marco del IBP (International Biological Program). A principios del 80 lideró los dos emprendimientos que coronaron su carrera. Primero, el Programa de Productividad de Sistemas Agropecuarios (PROSAG) del Conicet. El programa funcionaba en la Facultad de Agronomía y reunía principalmente, a un grupo de investigadores de la UBA y del Conicet, la mayor parte de los cuales habían sido sus discípulos. El PROSAG fue el antecedente del Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agricultura (IFEVA). El segundo, fue la creación de la Escuela para Graduados en la Facultad de Agronomía, y de la cual fue director hasta fines de 1997.

Los últimos 10 años de su vida Soriano siguió trabajando activamente en la enseñanza y la investigación en ecología y ecofisiología. La agronomía de esta última década se ha caracterizado por un cambio del paradigma «productivista» por el paradigma de la «sustentabilidad». En este nuevo escenario Soriano renovó su prédica, iniciada en 1950, a favor del estudio de procesos ecológicos como una manera de llegar al diseño de manejos racionales de los agrosistemas.

Durante los últimos años volvió a las exploraciones de la flora patagónica. Esta vez el objetivo de su proyecto era identificar y domesticar nuevas especies vegetales con la idea de encontrar nuevas alternativas productivas para áreas marginales para la producción agropecuaria. En este sentido, y reconociendo la responsabilidad que le cabe a los agrónomos en la resolución de este problema instrumentó la creación de dos nuevas áreas en la Escuela para Graduados de la Facultad: el Programa de Sistemas de Producción Agrícola para Areas de Subsistencia y el Programa de Acuicultura.

Soriano tuvo una profunda influencia sobre sus colaboradores más cercanos y sus alumnos. Como colaboradores, Soriano nos incentivó a ser creativos, responsables, auténticos y exigentes con nosotros mismos y con los demás. Una de sus características más notables fue haber sabido motivar a aquellos alumnos que mostraran un interés genuino en la investigación o la docencia, y la capacidad de trabajo suficiente para obtener frutos de esa vocación. Nunca influyó, en su acercamiento de maestro, el origen social ni las convicciones religiosas o políticas del alumno.

Uno de sus ex alumnos, que se desempeñó como Decano durante dos períodos resumió, tal vez mejor que nadie, las sensaciones que Soriano despertaba en quienes lo rodeaban: «Soriano, para mí, fue sucesivamente un respetado temor de mis tiempos de estudiante, un inquietante parámetro cuando fui docente y un feliz descubrimiento cuando fui Decano» y la certeza que experimentamos frente a su fallecimiento los que lo conocimos muy de cerca: «… creo que Soriano es de esas pocas personas de las que podemos decir que no se entierran, sino que se siembran».

Aquellos de nosotros que tuvimos la oportunidad de compartir el trabajo de campo y de laboratorio, las clases de grado y postgrado y las discusiones académicas o de pasillo en el mismo ámbito de trabajo, hemos podido enriquecernos también con otros aspectos de la personalidad de Alberto Soriano. Los más notables tal vez fueron su versación literaria (frecuentemente leía en el idioma original), sus amplios conocimientos musicales que le permitían abrir juicio certero sobre directores de orquestas, solistas instrumentales o vocales, y su curiosidad por los fenómenos sociales o religiosos, históricos o actuales. ¿Quién de nosotros no se ha visto motivado para leer un cierto autor o una determinada poesía o escuchar un Lied aun desconocido siguiendo su consejo? Los últimos 12 años nos mostraron a un Soriano nuevo que la Providencia enfrentaba con un evento doloroso, la enfermedad de su esposa Perla. A las actividades habituales (sólo interrumpió las salidas de Buenos Aires de más de una o dos jornadas) agregó su interés científico por toda novedad relacionada con el mal de Alzheimer y el solícito cuidado personal de su esposa.

Por todo eso recordamos con profundo afecto y respeto a Alberto Soriano. Su energía para el trabajo, una curiosidad infinita por comprender los fenómenos de la naturaleza, una gran amplitud para discutir el «fenómeno humano», y su tremenda generosidad intelectual nos van a acompañar en el futuro.
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1 Necrológica publicada en el Boletín de la Soc. Arg. de Botánica 34(1-2):125-126. 1999. Revisada por los autores. Reproducido con autorización de dicha publicación.